Érase una vez entre mares, se encontraba una aldea, vivían plenamente de la naturaleza y tenían la capacidad de saber escuchar y entender cada brisa, cada marea revuelta y cada lágrima caída del cielo.
Vivían en armonía al compás de las estaciones y de cada fase lunar.
Un día el cielo se cubrió de un velo gris y el mar enfadado hacía crecer las olas hasta alcanzar el centro de la aldea, como cielo y mar hablaban a la vez los aldeanos no podían entender nada, se le sumó el viento fuerte que hacía que los árboles se moviesen con violencia hasta incluso arrancar sus raíces.
Los aldeanos nerviosos intentaban entender lo que la naturaleza advertía, pero solo sentían miedo, mucho miedo.
De repente en el horizonte apareció un barco, era muy grande y muy rápido, ellos aún no lo sabían pero ese barco venía cargado de odio y dolor.
El barco llegó a la orilla y rápidamente bajó un ser alto, tenía el cabello largo y negro, la barbilla larga y la nariz retorcida.
Tenía en la mano izquierda un bastón negro con una gran gema negra.
Aquel ser, dió unos golpes en la arena y aparecieron una centena de sombras que al avanzar y al traspasar a los aldeanos, se convertían también en sombras, aumentando el ejército de ese malvado ser.
Las tropas se retiraron dejando un ambiente de odio en cada rincón de esa aldea que en el pasado había reinado la buena energía.
Ahora los aldeanos no vivían de la naturaleza, sobrevivían.
Eran esclavos del mal y del dolor.
Aquel ser continuó viniendo llevándose todo tipo de recursos, comida, materiales y personales.
Convertía en sombras a familias enteras dejando siempre un rastro de dolor y odio.
Los años fueron pasando y la situación empeoraba, la naturaleza siempre se comunicaba con los aldeanos pero ellos habían olvidado escuchar.
Un año, durante una gran tempestad, que provocó un gran incendio perdieron muchos recursos, no pudieron recuperarse a tiempo y la visita del malvado ser se adelantó toda una estación.
El malvado ser al ver que no tenían ni la mitad de recursos que siempre tenían, se enfadó y explotó en odio, matando a todos los aldeanos y destrozando todo en la isla, hasta dejarla desolada.
Entre las llamas y los escombros se escondía una niña llamada Runna.
El aire avivaba el fuego
El mar hacía crecer la marea para borrar orillas
El cielo teñido de gris lloraba cenizas
Y la tierra abandonaba cualquier esperanza de Vida.
Había demasiado ruido en tanto silencio, había demasiada destrucción para un corazón tan inocente.
Runna transfirió todo el dolor en un grito que dejó todo por un instante detenido.
Pidió ayuda, pidió ser escuchada.
El aire secó las lágrimas y dejó de alimentar al fuego.
El mar arrastró los escombros hasta lo más profundo.
Y la tierra alimentó a cada raíz de una fuerte esperanza e ilusión.
Runna había recuperado el poder de sus antepasados. Había recuperado el gran poder de la comunicación.
Foto de Johannes Plenio en Pexels |
Esperemos que el poder oculto siga así para que no caiga en malas manos. De todas maneras, creo que el ser humano truncó su conexión especial que tenía con la naturaleza, esa gran maltratada.
ResponderEliminarToda la razón, el ser humano se cree mejor que la naturaleza. Muchas gracias por comentar es muy importante para mi
EliminarToda la razón, el ser humano se cree mejor que la naturaleza. Muchas gracias por comentar es muy importante para mi
EliminarMe encanta����
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